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RESEÑA: Mentes militarizadas. Cómo nos educan para asumir la guerra y la violencia

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Tomado de: GASTEIZKOAK Talde Antimilitarista

El libro parte de una propuesta del Centro Delàs de Estudios por la Paz y de la campaña Desmilitaricemos la educación.

2684_Mentes_militarizadasDecimos que el libro nos ha sorprendido gratamente, en primer lugar porque entre las nueve autoras que aportan su trabajo hay una gran parte de ellas que son casi nuevas para nosotras (solo conocíamos algunos trabajos que han ido publicando en los últimos años de la mano del Delàs), lo que, aparte de hablar del grado de desconocimiento nuestro sobre el antimilitarismo catalán, habla de la vitalidad de éste (lo que nos recuerda a la década de los 80 y la importante aportación al movimiento desde el feminismo antimilitarista realizada por el Comité Dones Feministes Anti-OTAN y por mujeres como Fina Birulés y Gabriela Serra), pues más allá de nuestro desconocimiento, el trabajo de buena parte de estas autoras denota un criterio antimilitarista sólido y elaborado. Más todavía, sin que se pueda decir que en el libro aparezcan aportaciones radicalmente nuevas o “revolucionarias” para el pensamiento antimilitarista, buena parte de sus textos ofrecen puntos de vista, perspectivas y aproximaciones que sí que enriquecen la mirada antimilitarista sobre algunas realidades y/o aportan una visión fresa y reactualizada a algunas cuestiones del análisis antimilitaristas que desde hace tiempo se habían quedado un tanto “anticuadas”.

Creemos que la contraportada del libro refleja fielmente lo que nos vamos a encontrar en él:

Mentes militarizadas muestra con una introducción y nueve capítulos cómo desde diferentes ámbitos se promueve de manera más o menos explícita, pero en todo caso consciente, la militarización de las sociedades y de sus individuos. Sin la militarización de las mentes y sin la naturalización de lo militar, la guerra y las armas serían tan impopulares que antes o después dejarían de existir. Quienes se benefician de la existencia de las estructuras militares y de las propias guerras saben que deben dedicar recursos a mantener un elevado nivel de militarización en las mentes de sus conciudadanos, porque mientras sea así podrán seguir manteniendo su situación de privilegio. Romper con la militarización y optar por vías alternativas desmilitarizadoras requiere en primer lugar la identificación del problema. Con Mentes militarizadas esperamos despertar el interés por esta cuestión y ofrecer algunas alternativas que nos ayuden a desaprender la guerra y a desmilitarizar nuestros valores y nuestra educación.

El índice de la obra es el siguiente:

Introducción a la militarización de las mentes, Jordi Calvo Rufanges

I. La militarización de la educación y los valores, Jordi Calvo Rufanges

II. Patriarcado y militarismo, Blanca Camps-Febrer

III. La militarización de las relaciones: la construcción del enemigo, Gemma Amorós Bové

IV. Militarización a través de la cultura de defensa, Maria de Lluc Bagur

V. La militarización del lenguaje, Marina Perejuan

VI. Mass media y cine: la construcción del consentimiento, Ainhoa Ruíz

VII. ¿Jugar a la guerra o con armas promueve la violencia?, Olívia Viader

VIII. Neuroeducación y videojuegos bélicos, Eduardo Salvador Acevedo

IX. La militarización a través de Internet, Pere Brunet

Bibliografía

Al ser una obra colectiva, con capítulos elaborados por diversas autoras, los puntos de vista son variados y, desde nuestro particular punto de vista, encontramos textos claramente antimilitaristas junto con otros que denotan más posturas tanto noviolentas como pacifistas. Lógicamente, las que más nos han gustado son las primeras que, curiosamente, también lo son en el orden que aparecen en el libro, nos referimos a los Capítulos I; II y III del libro.

Del Capítulo de Jordi Calvo “La militarización de la educación y valores”, (este sí, un autor ya conocido desde hace más de una década) de lo mucho que nos parece destacable, ponemos especial acento a que en épocas donde se nos machaca una y otra vez con la imagen dulcificada de los “ejércitos humanitarios” se vuelvan a escribir cosas como:

“(…) la militarización genera violencia hacia dentro en cuanto que ejerce violencia en los propios militares, ya que las personas que asumen el rol militar reciben la violencia inherente a la estructura militar, jerarquizada, basada en la obediencia y la disciplina extremas, que en caso de ser cuestionada responde con duros mecanismos de represión interna. Los militares sufren, además, otra violencia que, pese a ser consentida, no se puede obviar. Se trata del proceso de deshumanización fruto del adiestramiento militar, que hace que unos seres humanos estén dispuestos a matar a otros seres humanos por el mero hecho de vestir un uniforme diferente o ser poseedores de distinta nacionalidad, obedeciendo la orden de matar de su inmediato superior sin un real y efectivo cuestionamiento.”

También nos parece clara, sencilla y escueta su descripción del antimilitarismo:

“(…) El antimilitarismo cuestiona, por tanto, las fuerzas armadas y los ejércitos, pero también aquellos cuerpos con métodos y maneras militarizadas, aunque tengan funciones policiales. De hecho, los movimientos antimilitaristas contabilizan como gasto militar no solo todo aquello relacionado con la defensa, sino también los cuerpos de seguridad, incluyendo las policías civiles, ya que consideran que utilizan medios asimilables a los militares y tienen objetivos también semejantes a los de las denominadas funciones internas de los ejércitos, por lo que pueden ser un medio de disuasión y represión de movilizaciones y procesos de cambio social. Es decir, los antimilitaristas consideran el control ejercido a la sociedad desde diferentes espacios del Estado, como los cuerpos de seguridad, como otro aspecto militar de la sociedad.

Finalmente, cabe destacar que el antimilitarismo como forma de desmilitarizarse reivindica la horizontalidad frente a las relaciones jerárquicas; la igualdad entre hombres y mujeres frente al sexismo imperante en las estructuras militares; la tolerancia y respeto por el diferente frente al racismo y xenofobia presentes en los procesos militarizadotes; el internacionalismo o ciudadanía del mundo frente al patriotismo y exaltación de valores nacionalistas de superioridad de una identidad nacional sobre el resto, necesarios para mantener estructuras militares compuestas por personas dispuestas a utilizar la violencia contra nacionales de otro país”.

Mucho es lo que nos gusta también del Capítulo elaborado por Blanca Camps-Febrer “Patriarcado y militarismo”. Primeramente, tanto en lo que se refiere a su enmarque general del militarismo, como a la relación de éste con el patriarcado:

“(…) Son las Fuerzas Armadas y otros cuerpos de seguridad los que se atribuyen el monopolio de la violencia legítima a través del Estado, pero, como veremos a lo largo de este libro, también muchas de las instituciones políticas y de los agentes sociales contribuyen a transmitir los valores militaristas que impregnan el Estado. Atribuirse la violencia legítima acaba pareciéndose mucho a legitimar la violencia como instrumento de resolución de los conflictos.

Así, la jerarquía, la fuerza, el patriotismo, la seguridad nacional, el valor, el honor, el heroísmo…, todos ellos son valores que pueden ser estudiados desde la perspectiva de perpetuar el militarismo a su vez que analizar sus consecuencias para la perpetuación del patriarcado.

(…) Nuestro análisis de la relación entre militarismo y patriarcado debe ineludiblemente empezar por la aproximación a la estructura socio-económica del contexto contemporáneo en el que se desarrolla. Debemos pues inscribir el militarismo actual dentro de la estructura económica global capitalista. Así, el militarismo no se ve tan solo promovido por la existencia o percepción de amenazas contra las que hay que armarse sino que es uno de los instrumentos más potentes que las élites capitalistas tienen para perpetuar su dominio económico.”

En segundo lugar resaltemos algunas de sus afirmaciones con respecto a la violencia sexista en las guerras:

(…) La violencia de género que se desarrolla en la guerra, y que afecta en desigual manera a hombres y mujeres, va mucho más allá de la violencia directa. En realidad, algunas autoras argumentan que la guerra en sí, su esencia, es la violencia de género (Ford, 2011). Para Cockburn las relaciones de género son parcialmente responsables de esa tendencia a la guerra de nuestras sociedades. No es sólo que las relaciones de género se expresen la guerra o sean formadas y encorsetadas para la guerra, sino que de igual forma también las relaciones de género de la sociedad contribuyen a la guerra y a la posibilidad de guerra (Cockburn, 2004)

(…) La violencia sexual contra las mujeres en contextos de conflicto armado es sin embargo la violencia que subsiste en las sociedades de manera habitual, que se exacerba e incrementa durante los conflictos armados. Por ello, la violencia contra las mujeres no es tan solo un arma de guerra que se utiliza contra la propia víctima y contra toda la comunidad, sino que es una continuación de las formas de violencia generadas por el patriarcado: “la violencia sexual es una de las formas más extensas y efectivas de control patriarcal” (Kelly, 2000)”

Finalmente, y para no extendernos demasiado en la reproducción de un texto que os recomendamos leer por completo, centrémonos en otro de los debates de gran actualidad sobre esta cuestión del militarismo y patriarcado que anima e impulsa el texto:

(…) Una de las narrativas utilizadas en las últimas décadas es la que sitúa a la mujer como bandera para prepararnos para la guerra. En esta narrativa se impone de nuevo cómo debe ser la mujer más allá de las fronteras. Se presenta la mujer no-occidental como víctima sin agencio o como víctima activa pero sin recursos para la resistencia efectiva. Es a esa mujer a la que se debe apoyar y proteger para liberarla de una masculinidad oriental perniciosa e incluso de su propia feminidad oriental (Abu-Lughod, 2013).

La académica Abu-Lughod estudia el belicismo que legitima la violencia de Occidente como cruzada moral: los derechos humanos, y en concreto los derechos internacionales de la mujer como legitimación para las guerras en “Oriente”. Así, nos sentimos “moralmente obligadas a apoyar la intervención militar” (2013), sin plantearnos cómo la pobreza y las causas del capitalismo global generan o exacerban los problemas y las causas de la opresión de las mujeres. Las causas profundas no se plantean y con ello las respuestas son superficiales. Las desigualdades generadas por el sistema capitalista global en el que se integra la lógica del militarismo actual no se integran en la narrativa que justifica las intervenciones y en cambio los crímenes de honor o el burka forman parte del imaginario colectivo de Occidente, del sustrato que confirma nuestra superioridad. La pesada responsabilidad del hombre blanco de civilizar, el discurso imperialista y colonialista de siglos atrás renovados y re-empaquetado es un nuevo discurso universalista.

No hace falta ni siquiera que sea el hombre blanco el que civilice, incluso la mujer blanca participa activamente en la tarea de civilizar (“liberar”) a las otras, poniendo en evidencia la compleja estructura y factores que intervienen en el patriarcado desde una perspectiva global. Así, el hecho de que fuera una mujer, Lynndie England, la que abusó, torturó y humilló a prisioneros iraquíes en Abu Ghraib no es más que la cruda fotografía de una violencia de género racializada y basada en el imperialismo militarista de los Estados Unidos.”

Igualmente nos ha parecido excelente el Capítulo III de Gemma Amorós Bové “La militarización de las relaciones: la construcción del enemigo” y del que creemos que pueden darnos buena idea de sus contenidos, algunas párrafos del epígrafe “Conclusiones”:

(…) Vivimos inmersos en un sistema militarizado, y esto es un hecho incuestionable. En consecuencia, las relaciones sociales se ven afectadas. La militarización de las relaciones se inicia desde el momento en que se fomenta la cultura de defensa, la propaganda militar, la difusión de la idea de que la institución militar y sus miembros son los garantes de nuestra seguridad y del mantenimiento del Estado del bienestar, que en realidad no es más que el bienestar del Estado.

Militarizamos las relaciones cuando aceptamos los discursos de ocio hacia los que son diferentes, cuando convertimos al “otro” en el enemigo, (…) cuando nos sentimos más seguros con unas fuerzas armadas que sin ellas, cuando nuestro discursos sobre la seguridad se confunde con el de la defensa, cuando la seguridad nacional deja en segundo término a la seguridad humana. Cuando aceptamos políticas invasivas de control social, de control de la intimidad individual, justificadas para erradicar amenazas o controlar riesgos externos, presuponiendo que esta vulneración de los derechos es necesaria, normalizando la situación.

(…) En definitiva, militarizamos las relaciones interpersonales, las intraestatales, las internacionales… justificamos cada vez más la violencia, la normalizamos. A nivel interpersonal aceptamos y normalizamos la desconfianza, la xenofobia, la violencia de clase, la violencia de género. A nivel intraestatal vemos cómo se incrementan de forma exponencial las políticas represivas, de control social antisubversivo, vemos cómo se reprime cualquier disenso al poder del Estado, o a los poderes fácticos –banca, fuerzas armadas-. A nivel internacional, vemos cómo se llevan a cabo políticas de control de fronteras, de vigilancia de los migrantes, de cooperación militar a gran escala, de fomento de las exportaciones militares y de los contratos entre empresas de armamento. Asistimos al espectáculo que conlleva la escalada sistemática de la inversión en armamento y el aumento del arsenal militar, las relaciones de coacción entre Estados, las políticas contra-insurgentes que impiden cualquier disenso a la moral impuesta, la vulneración sistemática de los Derechos Humanos y de los convenios internacionales sobre el uso de la fuerza, vivimos en un mundo donde es preferible hacer una guerra preventiva, donde se justifican políticas de invasión por prevención, donde se llevan a cabo combates desiguales para demostrar quién tiene el poder.

Y también se militariza el imaginario inculcando la idea de que tenemos enemigos en permanente disposición para atacarnos, haciéndonos percibir el mundo como un gran tablero de ajedrez, donde hay que batirse los unos contra los otros para mantener nuestro estatus y garantizar la propia supervivencia. Y todo aquel que nos impide hacerlo se convierte en un competidor.

Del resto de capítulos, aunque en ocasiones no compartamos algunos de sus análisis o puntos de vista, creemos loable su intento por incorporar el análisis de algunas cuestiones que o no se habían abordado hasta ahora (la militarización a través de Internet o la neuroeducación y los videojuegos bélicos), o los análisis realizados en su día se habían quedado un poco caducos (el papel en la militarización de los mass media y el cine; la militarización a través del lenguaje, el juguete bélico…)

Otra de las virtudes de este texto colectivo es que no está enfocado a convencer a las convencidas, ni se deja arrastrar por debates y puntos de vista de un cierto “antimilitarismo anquilosado”, sino que como se señala en su introducción:

De este modo, proponemos adentrarnos en nuestras mentes militarizadas desde varios de los enfoques que pueden facilitar su comprensión. Todo ello sin pretender hacer un estudio exhaustivo, sino con la única pretensión de crear un material que trata la cuestión de forma divulgativa e introductoria, que pueda ser el inicio de estudios más profundos sobre la temática.

Enhorabuena a las autoras, porque creemos que cumplen sobradamente esos objetivos y aportan buenas dosis de aire fresco al análisis antimilitarista, tan necesitado de él. Es algo que se agradece sinceramente.

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